Jueves, 01 de Mayo de 2025

24.8º

Morelia, Mich

La música no debe ser pólvora: basta de glorificar la violencia

La música no debe ser pólvora: basta de glorificar la violencia
Fernando Alvarez del Castillo

México enfrenta una guerra no declarada en sus escenarios, en sus fiestas, en sus calles. Y el enemigo no siempre carga un arma, a veces lo hace con un micrófono. Es momento de hablar con seriedad, y sin romanticismos de un fenómeno que está intoxicando, no solo el gusto musical de los jóvenes, sino su percepción del mundo: los corridos tumbados, la música de banda y sus variantes que glorifican la violencia, el narcotráfico y la cultura de la muerte.

Lo ocurrido en la Feria del Caballo, en Texcoco, debería alarmarnos. El cantante Luis Conriquez, al anunciar que no interpretaría los corridos que lo hicieron popular, desató la furia de un público que no fue a disfrutar música, sino a conectarse con un culto violento que exige su dosis narrativa. El resultado: destrucción de instrumentos, caos y una clara muestra de hasta dónde hemos llegado. ¿En qué momento un cantante se convierte en rehén de su propio público, porque la música que no incita al crimen ya no les interesa?

Pero no es un caso aislado. En presentaciones recientes de "Los Alegres del Barranco", las pantallas gigantes proyectaron imágenes de "El Mencho", uno de los criminales más buscados del país. ¿Qué mensaje se está enviando? ¿Que el escenario musical es también una plataforma para venerar al crimen organizado? ¿Que cantar sobre matar, drogarse o beber hasta perder el sentido es un acto de rebeldía artística?

No. Es apología. Es irresponsabilidad. Y es un cáncer que se esparce mientras autoridades, plataformas y promotores guardan un silencio cómplice.

Es urgente legislar. No para censurar el arte, sino para proteger a una sociedad que hoy ve cómo sus hijos son atraídos por ritmos pegajosos que disfrazan la decadencia de lujo y "estilo de vida". Debe existir libertad de expresión, sí, pero también límites cuando esa expresión se convierte en arma de destrucción cultural y social.

Retirar de las plataformas digitales las canciones que incentivan el uso de drogas, el consumo desenfrenado de alcohol, y la veneración a criminales, no es un atentado contra la música. Es un acto de sanidad pública.

Porque detrás del "éxito" de estos géneros hay generaciones enteras perdiendo el sentido de lo correcto. Niños que juegan a ser narcos. Jóvenes que creen que el respeto se gana con violencia. Familias destruidas por un discurso que ha sido romantizado hasta el hartazgo.

No se trata de gustos musicales. Se trata de futuro. Y si seguimos permitiendo que el arte sea el caballo de Troya de la barbarie, no nos quejemos cuando la barbarie sea lo único que se escuche.

Incentivemos a los hijos a no escuchar lo que los destruye. Porque el verdadero poder de la música debería ser crear, no matar.